sábado, 2 de enero de 2010

2.2 La fascinante nueva educación

2.2 La fascinante nueva educación

A comienzos de este siglo había solo unos pocos países llamados desarrollados y la otra inmensa mayoría estaba comprendida por los países en vía de desarrollo y los del tercer mundo o países no desarrollados. Contrariamente a lo que creían algunos grupos racistas, el mayor desarrollo de estas sociedades no se debía ni al color de la piel, ni al tamaño de la persona, ni a las diferencias del volumen físico de los cerebros. A comienzos de este milenio algunas naciones como los pueblos de EE UU, Unión Europea UE, Japón, Canadá, Suiza, etcétera, estaban ya, desde hacia un tiempo, mucho más desarrollados que el resto de los casi doscientos países que se habían incorporado y registrado en las Naciones Unidas.

Al comienzo de este siglo, la ciencia había avanzado bastante pero gozaban de este adelanto solo los países con gran progreso industrial, la enorme masa de la población que no pertenecía a los países desarrollados sufría aún una gran diversidad de increíbles y serios problemas: enorme mortalidad infantil, hambrunas terribles en Asia y África, epidemias incontroladas como el SIDA, etcétera.

Entre estas calamidades señaladas, en los países subdesarrollados, había un gran analfabetismo. Se llegó felizmente a comprender cuales eran las causas que originaban la existencia de esta gran diferencia entre los países de nuestro planeta. La causa fundamental de esta diferencia tan enorme de los países desarrollados con relación a la mayoría de las otras naciones, se debía a que el promedio de educación que tenían los habitantes de los países ricos era muy grande comparada con los países rezagados económicamente. En los países pobres y aquellos en vías de desarrollo, aparte de tener un vergonzoso número de analfabetos, la estadística anual acusaba que su población tenía un bajísimo promedio de estudios de no más de un par de años. Y esta lacra se arrastraba por muchísimos años sin poderla solucionar. Algunos acusaban esto diciendo que el analfabetismo era una consecuencia de una economía mal llevada pero otros opinaban que el problema era al revez.

Por los científicos progresistas, se descubrió que el origen de las calamidades era originado por la falta de educación de la inmensa mayoría de su población, no era válido el argumento de que el país pobre no era desarrollado, porque no tenía suficientes riquezas naturales. Esto era naturalmente un argumento totalmente falso. Sobraban los ejemplos de países con grandes riquezas mineras como lo era Chile, el principal productor de cobre del mundo y sin embargo era un país que por muchos años se mantenía entre subdesarrollado y en vías de desarrollo. Lo mismo sucedía con Sudáfrica que tenía en su subsuelo valiosos minerales, era además el principal productor de diamantes del mundo y sin embargo la mayor parte de su pueblo vivía miserablemente. Las riquezas del subsuelo no están llegar y llevar, sino hay que descubrirlas y luego saber explotarlas, para descubrirlas cada país debe tener cientos de miles de buscadores con el nivel de educación apropiado y por supuesto los estudios técnicos correspondientes, etcétera. Los países fracasados en sus economías no tenían sus riquezas internas descubiertas solamente por la falta de una buena educación de su población. Por la falta de educación en muchos países, sus moradores ignoraban que vivían sobre una gran extensión de petróleo, carbón, gas, minerales, etcétera. Aparentemente la solución es muy sencilla y aquella famosa frase de un gobernante chileno, Pedro Aguirre Cerda que afirmaba en sus discursos, -gobernar es educar-, pareciera ser la solución. Aunque esta solución es grandiosa pero en la práctica resultó una pretensión no muy sencilla ella sirvió sin embargo para tomarla axiomáticamente como un punto de partida ineludible para todos los candidatos progresistas.

El problema era difícil de arreglar, ya que en aquel tiempo se consideraba natural el que cada familia tuviese que pagar por educar a cada uno de sus hijos. Los partidos gobernados por los grandes empresarios, sostenían que tanto la educación como la salud, incluyendo por supuesto el pago de los hospitales debían autofinanciarse, o sea, cada persona que ingresaba a la escuela o al hospital debía pagarse las prestaciones de servicio. Este era un lujo que podían darse solamente los hijos de gente adinerada, que no pasaba en estos países en más allá de un 10% de su población.

Por otro lado, a comienzos de este siglo, la sociedad tendía a hacer más ricos a los ricos y empobrecía cada vez más a los trabajadores no profesionales y a la mal llamada clase media. Estas afirmaciones las demostraba claramente y con números estadísticos una famosa revista de ese tiempo conocida como “Forbes”. Según afirmaba esta revista, que había obtenido resultados indiscutibles de una estadística tomada el año 2003 a los cuatrocientos principales millonarios de EE.UU. Esta estadística indicaba, que del año 2002 al año 2003 los millonarios integrantes de este grupo habían aumentado su riqueza en un diez por ciento y que en suma tenían ahora nada menos que 955 000 millones de dólares declarados.

Estos eran los primeros síntomas de una gravísima crisis del comienzo del milenio, ya que por un lado, estas cuatrocientas personas de EEUU tenían esta asombrosa suma de un millón de millones de dólares y por otro lado, en esos mismos tiempos, moría de hambre un niño cada cinco minutos. Esta enorme cantidad de dinero acumulada por estos cuatrocientos millonarios, era más riqueza que la que tenía el conjunto de los cientos de millones de habitantes de todo un continente subdesarrollado.

El ser un país desarrollado se medía fácilmente. Por ejemplo, ser país desarrollado era el tener diez veces más dólares anuales per capita, o veinte veces más energía por habitante, que cualquier país de la larga lista de los subdesarrollados. Toda esta enorme y dramática desigualdad era el resultado en primer lugar de la mejor educación que habían conseguido desarrollar pacientemente los habitantes de esos pueblos más aventajados. Se demostró que el progreso de estos pueblos era en gran parte producto, no de una mayor inteligencia, sino de su mayor infraestructura conseguida pacientemente durante muchos años y lograda gracias al proceso tecnológico y científico, originado mediante una larga educación de sus habitantes. Pero como no todo lo que brilla es oro en estos países existía una gran piratería económica que realizaban grupos de empresas inescrupulosas, que hasta entregaban grandes coimas para comprarse a los propios gobernantes..

La ciencia de la genealogía demostró que todos los seres humanos normales que nacían y nacen en cualquiera de los diferentes lugares del universo, partían siempre indudablemente con la misma y gigantesca capacidad cerebral. Al nacer un niño cada una de sus células tiene en la fantástica cadena molecular de su ADN alrededor de 20488 genes, idéntico número de genes tiene cada una de las células de cualquier otro niño que ha nacido en cualquier otro lado del planeta. Desde hace ya tiempo se dijo por los científicos, que cualquier persona normal nacía con un cerebro idéntico con el que nacieron los grandes sabios como Pitágoras, Galileo, Einstein, etcétera. ¡Al momento de nacer estamos todos los seres normales, dotados de una herencia fabulosa de unos cien millones de fantásticas células cerebrales! Nacemos pues, dotados de una riquísima herencia. Recibimos una fantástica herencia, felizmente igual para todos, con cerca de cien millones de estas maravillosas células cerebrales. Estas células son asombrosas, incluso su número al nacer es necesario pero, además, esta enorme cantidad es suficiente para el desarrollo de toda la vida de la persona. Al nacer cada uno de nosotros llega tan bien dotado a este mundo que, mientras vamos creciendo, no necesitamos aumentar este enorme número de células cerebrales. A medida que nosotros vamos creciendo, nuestras células cerebrales tienen un proceso solo de maduración que llega hasta que cumplimos aproximadamente los veinte años de edad. Entonces en la infancia, en la niñez y en la juventud, hay que preocuparse de que esta maduración se realice en la mejor forma posible. Hay que educar a la juventud desde su nacimiento, dijeron los gobernantes progresistas y comprendieron que la tarea más urgente e importante de todo gobierno es educar. En Chile a mediados del siglo pasado, tuvo por consigna el gobierno progresista de Pedro Aguirre Cerda "gobernar es educar”. Fue durante muchos años un lindo compromiso que era rubricado con la palabra de honor de los candidatos antes de dar término a las elecciones y que con razón los políticos que lo usaban conseguían grandes cantidades de votos de sus adherentes.

Como ya lo dijimos solo la falta de educación, que tenían los componentes de los países llamados subdesarrollados, era la causante de esta enorme y lamentable diferencia entre regiones desarrolladas y los lugares no desarrollados. A comienzos de este siglo, el mundo más adelantado conseguía pues sus maravillas, solo como producto del desarrollo de la educación. Dando con esta educación preferencial un sólido paso adelante para el perfeccionamiento de la ciencia y de la tecnología.

Todos apreciamos como cada año el género humano se hace más y más inteligente. Les aclararé esto con el más importante de los ejemplos La tecnología de los microprocesadores logró crear computadores que van creciendo a grandes saltos cada dos años, en este corto tiempo se duplica el número de sus transistores y crecen en esta misma proporción todas las funciones de los nuevos microprocesadores. Al mismo tiempo se terminó por hacer una especie de simbiosis entre los computadores, que eran gobernados por los microprocesadores, y el cerebro humano. Con esto creció pues indudablemente nuestra inteligencia a pasos super agigantados.

Estos adelantos eran la evidencia de que todos los pueblos tenían que apoyarse, en primera instancia, en lo que indicara la razón apoyada por la computación o, lo que es lo mismo, por la Razón-omnipotente. O sea, que ha aparecido como deducción lógica un claro y nuevo principio fundamental que pasa a formar parte de nuestra filosofía positivista. Este nuevo resplandor para nuestra mente lo llamamos la Razón-omnipotente. Por supuesto que este nuevo chispazo nos ha sido muy útil para tener realmente una explicación científica y clara del mundo que nos rodea. La Razón-omnipotente es pues parte de la médula de nuestra nueva filosofía.

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